Y un día vino a mi este reloj que entre susurros me confesó que ya no le agradaba vestirse de azul y blanco, que había vivido tantos años usando el mismo atuendo que no le vendría mal un cambio que le rejuveneciera y le diera nueva vida.

Entonces le pregunté con qué soñaba.
Y asimismo en su actitud susurrante me confesó sus sueños de vivir en una cocina rústica, que le llegaban sonoros los colores del tirol y así fue como le dimos en el gusto.
Quedó felíz...dice.




Supe la historia de un ambicioso ladrillo que soñó con ser distinto.
Cuentan que lo hicieron así, tal como hacen a todos los ladrillos, que manos artesanas lo modelaron en arcilla, que le dieron como a todos el mismo tamaño y la misma cocción.

Y así uno a uno todos sus hermanos se fueron convirtiendo en casas, panderetas, torres, y  fue viendo como apretados entre el cemento uno tras otro iban formando grandes y pequeñas construcciones.

Y dicen que este ambicioso ladrillo se fue quedando atrás, ideando la forma de llegar a ser distinto, y cada vez que venían a buscar a uno de sus hermanos se iba escondiendo a veces atrás de la pala, de una piedra o de un fardo de paja para no terminar como uno más dentro de una enorme muralla.

Cuentan que un día, de esos en que intentó pasar desapercibido, una castora laboriosa lo encontró y le agradó su cuidada forma, pensó que bello se vería revestido de colores adornando una aldea soñada de seres mágicos.
Al ladrillo le agradó la idea.

El se dejó modelar en espejos y formas, se dejó engalanar en colores y brillos hasta que ni cuenta se dio cuando quedó convertido por si solo en una maravillosa construcción.
Y el ambicioso ladrillo ahí quedó, magnífico, sonriendo entre sus múltiples colores, en un rincón mágico donde solo brillaría él, sintiéndose único e importante, adornando tardes de juego y magia porque el ambicioso ladrillo era ahora ni más ni menos que una hermosa casa de hadas.